Dolores Aleixandre, Madrid
Pertenezco a la generación que vivió los primeros cambios del Vaticano II y que comenzaron por la liturgia: había que sacudirse las sandalias de tanto polvo de rituales arcanos y vestimentas extrañas. Había que desterrar también costumbres anquilosadas y nos pusimos a ello con entusiasmo.
Queríamos acercar la Eucaristía al Pueblo de Dios para que volviera a ser Pan roto y compartido que circulaba en la comunidad de hermanos y hermanas. No siempre supimos hacerlo con tino. Recuerdo celebraciones sin altar, sin mantel, sin ornamentos, sin velas, sin flores. Estábamos todos alrededor de una mesa con un plato y un vaso de la cocina, pan y vino normales y en alguna ocasión, hasta cenicero para que el celebrante pudiera fumar sin problemas.
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