Francesc Conesa: crecer en sinodalidad

Entrevista de Carme Munté Margalef

La Iglesia se encuentra sumida en un proceso sinodal 2021-2024 en diferentes fases y a diferentes niveles para que participe en él el conjunto del Pueblo de Dios. El lema del Sínodo es toda una declaración de intenciones: «Por una Iglesia sinodal. Comunión, participación y misión».

El obispo de Solsona, Francesc Conesa, fue nombrado por el papa Francisco «Padre Sinodal» y, como tal, participó en Roma del 4 al 29 de octubre en la dieciseisava Asamblea General Ordinario del Sínodo.

Nacido en Elche el 25 de agosto del año 1961, Conesa fue nombrado obispo de Solsona el 3 de enero de 2022 y, en el marco de la Conferencia Episcopal Española, es presidente de la Subcomisión de Relaciones Interconfesionales y Diálogo Interreligioso. En el ámbito de la Conferencia Episcopal Tarraconense, es presidente del Secretariado Interdiocesano de Catequesis de Cataluña y las Islas Baleares.

¿Qué quiere decir que la sinodalidad afecta a la naturaleza misma de la Iglesia?

Durante los últimos años, la Iglesia ha comprendido que, para hacer realidad lo que el Concilio dijo sobre su naturaleza, tenía que crecer en sinodalidad. La profundización en lo que dice Lumen gentium sobre la Iglesia como misterio de comunión y como Pueblo de Dios que peregrina por este mundo ha llevado a entender que había que poner énfasis en que la Iglesia es un pueblo en el que caminamos juntos (sinodalmente) y que esta realidad fundamental tenía que quedar reflejada en formas de participación, discernimiento y misión que implicara a todos los bautizados.

¿Qué oportunidades ofrece el Sínodo para continuar profundizando en la sinodalidad?

En el Sínodo han aparecido numerosos aspectos y dimensiones de la sinodalidad. De un lado, se ha remarcado que la sinodalidad implica mantener una actitud de escucha y acogida incondicional de todos. También se ha subrayado la raíz litúrgica –sobre todo eucarística– de la sinodalidad. El tema se planteó, así mismo, desde una perspectiva canónica, ya que tomar seriamente la participación de los laicos en la vida de la Iglesia exige reformas importantes del derecho de la Iglesia. Y, sobre todo, estuvo presente la perspectiva espiritual. Ya san Juan Pablo II había hablado de una «espiritualidad de comunión». Esta es una clave importante, porque si falta profundidad espiritual, resultan inútiles los cambios estructurales.

Para crecer la Iglesia en el camino de la sinodalidad

Participantes del Sínodo de la Sinodalidad, octubre de 2023

¿Cómo valora personalmente su participación en la Asamblea General Ordinaria del Sínodo, celebrada en Roma del 4 al 29 de octubre?

Para mí ha sido una alegría y un privilegio haber podido participar en esta Asamblea, en que he palpado la rica diversidad de la Iglesia. En ella he escuchado voces muy diversas y, también, he podido aportar mi experiencia y mi opinión sobre cómo podía crecer la Iglesia en el camino de la sinodalidad, para la misión. Las relaciones fraternas con otros obispos, religiosos y laicos; la presencia cercana del papa Francisco y su palabra iluminadora; los largos momentos de oración en común…, todo esto me ha ayudado a vivir el Sínodo como una gracia, como un acontecimiento espiritual.

El Sínodo contempla la pluralidad de expresiones del «ser Iglesia» como una riqueza y una alegría

Siempre se habla de unidad y de comunión en la diversidad. ¿Cómo se plasmó esta realidad en las diferentes sesiones?

Algo que quedó claro desde el principio era la gran diversidad que había entre nosotros. Procedíamos de culturas y maneras de pensar muy diversas. Es muy diferente la realidad de una Iglesia «saciada», como el Canadá; una Iglesia «mártir», como Myanmar; o una Iglesia en un país en guerra, como Siria o Ucrania. Al mismo tiempo, todos nos sentíamos fuertemente unidos por la fe en Jesucristo, por el amor a la Iglesia y por el deseo de anunciar a todos la alegría de creer en Jesucristo. Esto nos hacía experimentar que es verdad lo que dice el Apocalipsis, que la Iglesia está formada por personas «de toda tribu, lengua, pueblo y nación» (5,9). El Sínodo contempla esta pluralidad de expresiones del «ser Iglesia» como una riqueza y una alegría. A la vez, señala como un desafío encontrar un «equilibrio dinámico» entre lo particular y lo universal, entre lo local y la dimensión de Iglesia en su conjunto.

¿En qué consiste la metodología de la conversación en Espíritu?

Una peculiaridad de este Sínodo ha sido el método de la conversación espiritual o conversación en Espíritu. Su objetivo era prepararnos interiormente para ponernos en situación de escucha del Otro y de los otros. En este método se hacen tres pasos (o tres rondas de conversación). Empieza con la invocación al Espíritu Santo para que Él unja la reflexión. A continuación, se lee la Palabra de Dios y se deja un tiempo para interiorizarla. Empieza entonces la primera fase de aportaciones en que cada miembro del grupo comparte su reflexión sobre el tema planteado. Después de cada intervención, se deja un tiempo de silencio para abrirse a la escucha del otro. En un segundo momento, señalamos lo que más nos ha conmovido de lo escuchado a los demás. Lo hacemos en un clima de atención y de comunión. Finalmente, intentamos identificar los puntos clave y discernir una respuesta común y consensuada a la cuestión planteada, intentando responder a la pregunta: «¿Qué pasos nos llama el Espíritu Santo a hacer juntos?». Este método pretende crear el clima espiritual para el discernimiento. Fue muy bien valorado por nosotros, pero también se señalaron las deficiencias y se dijo que debería ser completado con otros métodos para el discernimiento (como el «ver-juzgar-actuar» o el «reconocer-interpretar-escoger» mencionado en Evangelii gaudium 51).

Todos somos corresponsables de la vida y misión de la Iglesia, cada uno según su vocación, experiencia y capacidad

Sacerdocio bautismal, la clave de todo

¿Qué oportunidades ofrece el Sínodo para profundizar en un mayor protagonismo de laicos y la mujer en la Iglesia y en un menor clericalismo?

En la Síntesis de los trabajos de la Asamblea se contienen numerosas pistas para crecer en la participación de los laicos en la vida de la Iglesia. La clave de todo es la valoración del bautismo –y del sacerdocio bautismal– por el que cada miembro del Pueblo de Dios ha recibido la unción del Espíritu y posee un instinto para captar la verdad del Evangelio (sensus fidei). La capacidad de discernimiento no solo es propia de una élite, sino de todo el Pueblo de Dios. En lo referente a la participación de los laicos, me permito subrayar la idea de «corresponsabilidad diferenciada», que aparece en la Síntesis: todos somos corresponsables de la vida y misión de la Iglesia, cada uno según su propia vocación y también según la experiencia y la capacidad que tenga. Se pidió también que se potenciaran los organismos de participación ya existentes, de modo que se facilite que los laicos y laicas tomen parte en las decisiones importantes sobre temas apostólicos.

¿Cómo debemos entender la doble dinámica de este Sínodo entre la Iglesia local y la Iglesia universal?

En la constitución Episcopalis communio (2018), el papa Francisco dio un cambio importante al Sínodo, que pasó de ser un acontecimiento a convertirse en un proceso en el que se quiere implicar a toda la Iglesia. Allí establece como algo importante que, antes de la Asamblea del Sínodo, se tiene que consultar a todo el Pueblo de Dios y que, finalizada la Asamblea, se tenían que instrumentar procesos para que las conclusiones fueran acogidas. Esto requiere un feed-back continuo entre la Secretaría del Sínodo, la Asamblea y las Iglesias locales. Creo que esta dinámica –a pesar de algunos problemas que ha suscitado– es una riqueza que no debemos perder.

¿Cómo continuar profundizando en la recepción del trabajo sinodal en el ámbito local?

Ahora el Sínodo nos ha entregado sus reflexiones, contenidas en la Síntesis, y nos pide acogerlas en el ámbito diocesano y hacer las observaciones oportunas, que serán enviadas a la Secretaría del Sínodo. Con ellas se elaborará el Instrumentum laboris de la segunda sesión de la Asamblea. Nosotros no nos podemos quedar al margen, contemplando como espectadores pasivos lo que pasa. Como miembros de la Iglesia somos actores y tenemos que tomar parte en este proceso que pretende ayudarnos a crecer como a pueblo fiel de Dios que sale decidido a anunciar su Santo Nombre.