Serena Noceti: el diaconado de las mujeres, un imperativo

Entrevista de Carme Munté Margalef

El diaconado como grado autónomo y permanente fue restablecido por el Concilio Vaticano II, casi mil doscientos años después de su desaparición. Hasta entonces, había permanecido solo como grado transitorio con vistas a la ordenación sacerdotal. Ahora bien, en muchas diócesis, sobre todo de Asia y África, todavía no se está llevando a cabo. «No hay Iglesia sin diaconado», afirma la teóloga laica italiana Serena Noceti, a la vez que defiende que abrir el diaconado a las mujeres es un imperativo.

Serena Noceti es doctora en Teología Dogmática, profesora titular en el Instituto de Ciencias Religiosas de la Toscana en Florencia, de la Facultad Teológica de la Italia Central, miembro fundador de la Asociación de Mujeres Teólogas Italianas y vicepresidente de la Asociación Teológica Italiana.

¿Cuál es la importancia de desarrollar el diaconado en la Iglesia?

El diácono tiene un ministerio único e insustituible. Como dice la Lumen Gentium 29, los diáconos son ordenados «al ministerio pero no al sacerdocio», es decir, son ministros ordenados pero en grado no sacerdotal. Como los demás ministros ordenados (obispos y presbíteros), guardan la fe apostólica y sirven al Nosotros eclesial, pero de una forma especial, no con un ministerio de presidir o celebrar los sacramentos, sino con un ministerio de animar y promover la caridad en la Iglesia. Tienen un ministerio complementario al del presbítero, como es evidente en la Eucaristía. Los diáconos proclaman el Evangelio, recogen las ofrendas de los fieles, llaman al intercambio de la paz, dan la despedida al final de la celebración. Yo diría que custodian la fe apostólica y sirven a la Iglesia relacionando el Evangelio con la vida cotidiana vivida en el amor, el trabajo, el servicio a todos y las relaciones caritativas. Especialmente al servicio de los más pobres. Muestran que una fe que no se convierte en servicio concreto por amor, en la vida cotidiana, es vacía, inútil. Animan a toda la comunidad a vivir la diaconía, el servicio como lo vivió Jesús. Es una tarea esencial, para que la fe cristiana no se reduzca a lo sagrado desvinculado de la vida, para que la fe no se reduzca solo a una dinámica sacramental.

¿Qué papel tenía la diaconisa según la tradición?

En los siete primeros siglos disponemos de centenares de testimonios litúrgicos y jurídicos, epígrafes funerarios y textos literarios que nos presentan los nombres de diaconisas y sus actividades, sobre todo en las Iglesias de Oriente (menos en Occidente). Empezando por Febe, diákonos de la Iglesia de Cencreas, de quien nos habla Pablo en la Carta a los Romanos, en el capítulo 16. No sabemos en qué consistía concretamente su ministerio, pero vemos que está vinculado a una función de autoridad reconocida a una comunidad concreta, la de Cencreas, una localidad cercana a Corinto. En siglos posteriores podemos citar el caso de Olimpia, una diaconisa (o mejor decir, diacona) de Constantinopla. Juan Crisóstomo le dirige diecisietes cartas: Olimpia es una de las más estrechas colaboradoras de Crisóstomo. Es una mujer rica y culta, ha fundado un monasterio, donde desarrolla una intensa actividad de promoción de la caridad y la hospitalidad, tiene un destacado papel eclesial público, sobre todo cuando Crisóstomo es enviado al exilio. Luego nos encontramos con las historias de muchas otras mujeres diaconas. No hay una lista única de las actividades que cada diacona debía realizar: de algunas recordamos un papel en el bautismo de las mujeres, porque ungían el cuerpo durante el rito; de otras recordamos una actividad de evangelización y de catequesis hacia las mujeres, pero no solo; otras fundaron iglesias, monasterios; otras asistieron y ayudaron a los pobres, a los niños, a los que tenían dificultades. Pero no se puede pensar en una lista estandarizada. Como en todos los ministerios, el ejercicio depende de las necesidades específicas y de las costumbres de las Iglesias locales.

Los diáconos custodian la fe apostólica y sirven a la Iglesia relacionando el Evangelio con la vida cotidiana

¿Cuáles serían las características propias del ministerio en el caso de abrirlo a las mujeres?

Desde la década de 1970, el debate teológico y la investigación sobre la posibilidad del diaconado femenino se han centrado en una cuestión básica: en la antigüedad, ¿las mujeres eran ordenadas diáconas, como los hombres, o era una bendición en su caso? En las palabras que usamos hoy, ¿se trata de un ministerio ordenado, con imposición de manos, o es un ministerio instituido, de mujeres laicas? Personalmente, creo que se trata de un verdadero ministerio ordenado: los ritos antiguos nos muestran palabras similares y los mismos gestos para la ordenación de hombres y mujeres al diaconado. El rito se realizaba junto al altar y no fuera del área de culto, como ocurría con las bendiciones y las órdenes menores. Las mujeres recibían, como los hombres, el horarion, la estola diaconal, que llevaban –como los hombres– sobre el hombro izquierdo. Según algunas fuentes, las diaconisas entraban en la zona reservada al clero. La Iglesia armenia sigue ordenando hoy a diáconos, hombres y mujeres, en la misma celebración. Se pueden encontrar fácilmente en Internet fotos de la ordenación de una diacona en Teherán en 2017.

¿Se podría esperar alguna decisión a raíz del Sínodo actual?

No solo lo espero, sino que lo considero imperativo. Espero que se tome una decisión para la ordenación diaconal ministerial y para definir unos procedimientos que permitan a las mujeres superar el techo de cristal que impide un verdadero liderazgo femenino, que supere el actual régimen de concesión de poderes, de cooptación opaca de solo algunas. Hoy, sesenta años después de la reinstitución del diaconado permanente en el Vaticano II, creo que ha llegado el momento de reinstituir el diaconado de las mujeres. Se tratará, como en el caso del diaconado masculino, no de reproducir la misma figura de la antigüedad, sino de pensar en una figura ministerial, enraizada en la Tradición, pero nueva, que responda a las necesidades de la Iglesia de hoy. Además, se podría pensar en dejar la reinstitución a las conferencias episcopales: hay contextos sociales y eclesiales en los que las mujeres ya son reconocidas como líderes de comunidades en ausencia de un presbítero; en los que las mujeres (religiosas y laicas) bautizan, predican, asisten a bodas y celebran funerales, preparan a agentes pastorales laicos, animan las celebraciones dominicales. Pienso en lo que surgió en el Sínodo para la Amazonia, pero también en muchas solicitudes y experiencias en Europa, Australia, América del Norte. El documento conciliar Ad gentes, número 16, llama a estas actividades «verdaderamente diaconales» y exige el sacramento del orden para los hombres que las realizan. Ha llegado el momento de esta opción eclesial.

La ordenación de mujeres al diaconado permitiría un servicio a la fe apostólica con voz, presencia y acción femeninas

¿Qué permitiría la ordenación de mujeres al diaconado?

La ordenación de mujeres al diaconado permitiría un servicio a la fe apostólica con voz, presencia y acción femeninas, y enriquecería a la Iglesia con nuevas figuras ministeriales, ampliando el espacio para una verdadera corresponsabilidad ministerial de hombres y mujeres. Ello favorecería el desarrollo del diaconado en general. Pensar el diaconado femenino como un ministerio instituido de mujeres laicas que reciben una bendición para un servicio de atención a los pobres, de cuidado, etc., no respondería a la Tradición ni a las peticiones hechas durante los sínodos por tantos hombres y mujeres, por teólogas y teólogos, por obispos, para responder verdaderamente a las necesidades pastorales concretas de las Iglesias del mundo. Por el contrario, acabaría confirmando los estereotipos tradicionales que relegan a las mujeres a las tareas de cuidado y educación.

¿Qué otros ministerios se pueden desarrollar?

Además del lectorado, el acolitado y del ministerio instituido de catequista y de la coordinadora de la comunidad, podríamos pensar en otros dos ministerios instituidos: uno de animación de la caritas (para hombres y mujeres) y un ministerio instituido de teólogo y teóloga laicos, a los que se podría confiar también la predicación homilética en la Eucaristía, cuando fuera necesario, como piden algunos sínodos.