César Cid: acompañando el final de la vida

Carme Munté Margalef entrevista a César Cid

«Acompañar el final de la vida es el gesto más bello que el hombre puede experimentar, incluso desde una mirada atea o agnóstica», afirma César Cid Gil, diácono de la archidiócesis de Madrid, experto en duelo y atención espiritual al final de la vida. «El deseo se plasmó desde el comienzo de mi formación y no he hecho otra cosa (pastoral) que acompañar a morir y facilitar el duelo como tanatólogo (término adecuado que nos cuesta aceptar en España). La persona que deja la vida necesita ser reconocida como quien es, que le permitan cerrar su existencia, relacionarse con lo sagrado y sentirse amado especialmente».

Actualmente, César Cid trabaja en el hospital Hestia Madrid llevando la atención espiritual y colabora en MD Anderson Cancer Center Madrid haciendo escucha y acompañamiento a familias y enfermos. También hace exequias en el tanatorio M30 de Madrid.

¿Qué aprendizajes de vida tiene el hecho de acompañar a morir?

La proximidad frecuente al proceso de morir, más allá del hecho físico de cesación de la vida, entraña una implicación de carácter vocacional. Así lo siento. De otra forma, nuestra actividad sería puramente técnica y carente de empatía auténtica. Cuando Occidente decide huir de la muerte (Ariés, Philipe) se priva de alimentar su vida con el gesto más bello que el hombre puede experimentar, incluso desde una mirada atea o agnóstica: acompañar el final de la vida. Acompañar el proceso es un regalo que abre tu corazón y te vincula espiritualmente con el Totalmente Otro, en la alteridad extraordinaria de desintegración y renacimiento. Uno aprende especialmente a ser, para que la verdadera presencia que interesa dé forma al momento. Ser para el hermano, ser para Dios y participar de su amor en el proceso. Este aprendizaje es dinámico y siempre nuevo.

¿En qué sentido la enfermedad y la muerte son un momento favorable para tratar temas de espiritualidad y fe?

En el sentido del sentido, y no es un juego de palabras. Se induce a pensar que la necesidad de sentido tiene que ver con la psicología. Creo que abarca todos los ámbitos de la existencia porque la búsqueda de sentido es una inquietud espiritual (no confesional). Entiendo lo espiritual como lo específico del hombre, y en su trato con los profesionales, el enfermo, al final de la vida, se abre a un equipo preparado para afrontar con él y su familia estas demandas. Y cuando el enfermo se abre afloran sentimiento, valores y carencias, todos ellos enfocados desde la atención holística de los cuidados paliativos, entorno donde trabajo. En esta apertura afloran las necesidades de todo tipo y el enfermo decide cómo quiere cerrar su vida; nosotros se lo facilitamos.

Expresar el sufrimiento

¿Cómo se expresa Dios en el sufrimiento?

Permitiéndonos ser su mano en las obras del día a día. Se expresa en los gestos de amor de todo el personal implicado en el proceso. En los sacramentos, pero especialmente en la comunión sacramental en forma de viático. El enfermo experimenta una presencia que serena, acompaña y cubre de amor su corazón. En muchas ocasiones he disfrutado sonrisas que no esperaba, lágrimas de confirmación y gestos afirmativos por parte del enfermo. La belleza de este momento sublime es indefinible. Aquí soy la astilla más pequeña, la que ni siquiera se percibe… Es favorecer el encuentro del enfermo con Dios. En silencio. Con muchísimo respeto.

“Más importante que el momento concreto de la muerte es cerrar la vida y haber facilitado el proceso”

¿Qué necesita la persona para morir en paz y qué necesita la familia para acompañar este proceso?

Ser conscientes de lo que pasa. Unirse al enfermo en comunión de personas que se aman. No disimular el miedo ni esconder sus lágrimas. Decir con honestidad lo que siente… «también estoy asustado, pero estoy contigo; te amo más que nunca». Favorecer el contacto físico con el enfermo y relacionarse con él como siempre lo han hecho. Normalidad. Evitar gestos de disimulo y afrontar la verdad con tacto, autenticidad y respeto. Repetir acciones que le son familiares y compartir con él sus aficiones. La persona es y vive como es hasta el último suspiro. Evitar obsesionarse con el momento de la muerte. Ello favorece miedos y sentimientos de culpa. Quitarle importancia al momento de la muerte y vivir cada día con naturalidad. Más importante que el momento concreto de la muerte es cerrar la vida y haber facilitado con él el proceso.

Las exequias cristianas

¿Qué celebramos en las exequias cristianas?

Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio de la Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto, hacer participar en esa comunión a la asamblea reunida para las exequias y anunciarle la vida eterna. El sentido cristiano de la muerte es revelado a la luz del misterio pascual de la muerte y de la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús «sale de este cuerpo para vivir con el Señor» (2 Corintios 5,8).

¿Cómo vivimos la muerte las personas que tenemos fe?

En la convicción del encuentro. Toda la vida del cristiano es pascual y la muerte es la confirmación del proceso, iniciado en el bautismo. La Iglesia peregrina en este mundo y acompaña sacramentalmente al hombre al término de su caminar terreno.

¿Cuáles son las actitudes necesarias para acercarnos a la familia que ha perdido a un ser amado?

Empatía, respeto y aceptación incondicional. Cada familia expresa el dolor y los gestos específicos de una manera. Nosotros hemos de ser presencia respetuosa y debemos evitar cualquier expectativa precipitada que no haya sugerido o solicitado la familia. Una sencilla formación en escucha activa nos ayuda a facilitar procesos complicados desde la presencia sincera de participación controlada.

“Toda la vida del cristiano es pascual y la muerte es la confirmación del proceso, iniciado en el bautismo”

¿Ha cambiado su labor tras la experiencia de la pandemia Covid-19?

No. Si en algún momento pensamos que saldríamos mejores de aquello, nos equivocamos. O al menos es lo que pienso. La sociedad no es más empática. No hay un grado de sensibilización mayor ante el sufrimiento ajeno y solo las familias que tuvieron pérdidas reviven hoy aquel calvario inesperado. Volvimos a lo de siempre y seguimos detectando un gran vacío de sentido entre la gente más joven y una soledad insoportable entre los mayores. Nunca antes se registraron tantos suicidios como ahora…

Reenfocar la pastoral de exequias

¿La pastoral de exequias, tal y como está concebida, hay que renovarla?

Por supuesto. Es urgente reenfocar la pastoral de exequias, unificando el esfuerzo y plantearlas como un entorno pastoral del duelo, no solo desde la liturgia para difuntos. Necesitamos incorporar la escucha en los equipos y unificar criterios aportando personas formadas en relación de ayuda. Uno no entra en una sala de velatorio solo a rezar. Puede que en el pasado fuera suficiente, hoy no. Acoger, reconocer los roles de cada persona de la familia y emprender una relación pastoral que termina, claro está, en la oración por el difunto. Pero debemos tener en cuenta a los deudos y sus criterios. Hay muchas variables que determinan la situación de la familia del difunto y es lo que nos encontramos. Con una actitud puramente sacramentalista rezaremos solos y aislados. Y no porque no esté de moda lo anterior, sino porque la sociedad ha cambiado y no debemos dirigirnos a las personas de manera sectaria, con una fórmula ritual que sirve para todo. La familia debe marcar sus tiempos y no nosotros. Simplemente hemos de ponernos a su disposición.

En una sociedad fuertemente secularizada, ¿qué oportunidades pastorales ofrece el momento de las exequias?

Muchas. Demostrar que la Iglesia habla el propio idioma y sufre con ellos, reconociendo una actitud pastoral madura y serena. Demostrarles que podemos madurar la idea de Dios y ayudarles a normalizar su relación con Él, sin presiones ni cargas. Confirmarles que el amor es la verdadera naturaleza de Dios. Que es nuestra fe la que nos invita a salir a su encuentro como hacía Jesús en los relatos del evangelio. Y ante las frecuentes expectativas mágicas que aparecen en las primeras horas, confirmarles que Dios hizo el milagro de escogernos a nosotros para facilitarles consuelo, en la medida de lo posible.