El aprendizaje del silencio

(Dolores Aleixandre) El itinerario vital de Elías aparece marcado por dos montes: el Carmelo y el Horeb (Sinaí). En el monte Carmelo Elías se relaciona con el Dios del triunfo y del poder que parece amoldarse a sus deseos y le lleva a desafiar a los sacerdotes de los dioses paganos, a acabar con ellos y a resultar triunfante en el conflicto (1 Reyes 18).

Sin embargo, tiene que huir después adentrándose en el desierto y allí va a vivir una experiencia de tanto desfallecimiento y desesperanza que llega a desear la muerte. El desierto fue para Elías lugar de desesperación, de debilidad y de conversión y ese contacto con sus límites le devuelve su verdadera identidad y le hace posible conocer a un Dios que se comunica con él de otro modo.

En el monte Horeb esperaba a Elías un Dios muy distinto del que había creído conocer, un Dios desconcertante cuyo rostro era el de un desconocido: «El Señor pasó y un viento recio y fuerte descuajó las montañas y quiebra peñas precediendo al Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Tras el viento, un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Tras el terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego; y tras el fuego, la voz de un silencio tenue» (1 Reyes 19,12).

A Elías le faltaba aprender que no siempre tenía que servir a Dios con la acción y la palabra sino que, en ocasiones, lo único que podía hacer era permanecer quieto y callado, consintiendo que la voz de su Dios llegara hasta él envuelta en el silencio.

A lo mejor él hubiera deseado, como Pedro en el Tabor, quedarse allí, pero de nuevo recibió de Dios el reenvío hacia la misión profética y poco después le encontramos de nuevo enfrentándose con el rey para defender los derechos de Nabot, asesinado por el rey para arrebatarle la propiedad de una viña (1 Reyes 21).

Lo mismo que a Elías, nos gustaría que Dios respondiera de inmediato a nuestros deseos y pusiera su poder a nuestro alcance. Pero en la trayectoria de nuestra fe vamos aprendiendo que Él está siempre más allá de las imágenes que nos hacemos de Él. Por eso necesitamos crecer en atención y capacidad de sorpresa para reconocerle y escucharle también en el silencio.

Cristianas siglo XXI
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