Oriol Xirinachs: construyendo puentes de esperanza

Entrevista: Carme Munté Margalef, Barcelona
Fotos: Antoni M.C. Canal, Mataró
Vídeo: Marta Pons Flotats, Barcelona

Oriol Xirinachs (Barcelona, 1935) dice que la verdadera esperanza es dialéctica y la explica con una imagen muy gráfica: la de un puente que conecta a la persona que espera y a la persona en quien espera. Él mismo ha sido constructor de puentes de esperanza en su larga experiencia pastoral y social en entidades como la Cooperativa Escorrialles, la Obra Social Sant Martí, el Centre Català de Solidaritat, la Fundació Llindar y el Centre d’Acollida Assís.

Ordenado sacerdote el 1968, su primer destino fue de vicario en Sant Miquel del Port, en el barrio de la Barceloneta. A partir de 1981 su opción por los pobres lo llevó a los barrios obreros y populares de la gran área metropolitana de Barcelona: Torre Baró, Bellvitge, San Cosme, Cornellà de Llobregat. En 1982, por encargo del cardenal Narcís Jubany, creó y dirigió el Secretariado diocesano de Marginación. Fruto de su experiencia ha publicado tres libros con el Centre de Pastoral Litúrgica: Devolver Jesús a los pobres, Los pobres salvarán el mundo, Devolvámosles su auténtico sabor.

Miembro de la Asociación de sacerdotes «El Prado», Oriol –nos pide que nos tuteemos– vive desde 2018 en la residencia sacerdotal Sant Josep Oriol donde, poco a poco, intenta recuperar la vida de antes de la covid-19, colaborando con la parroquia de Sant Jaume de Cornellà, con el Centre Català de Solidaritat y con el Centre d’Acollida Assís.

De las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) dices que la virtud de la esperanza es la que «usamos» menos; que es el último recurso cuando nos han fallado los otros. ¿Por eso se dice popularmente que «la esperanza es lo último que se pierde»?

Quizá convendría matizar. Fe y caridad son concretas: unas verdades que afirmamos y unos actos que realizamos. Pero la esperanza pide riesgo, esfuerzo y constancia para no instalarnos en este mundo tal como es, sino trabajar por lo que puede llegar a ser y debemos encontrar. Parafraseando al teólogo Dietrich Bonhoffer podemos decir que la esperanza está en el centro de la vida, no en los límites. ¡Cuando es el último recurso es cuando se pierde!

La esperanza profunda

En tu libro más reciente, Devolvámosles su auténtico sabor, hablas de esperanzas de «sala de espera», las que dependen de una ley física, del azar, del saber humano… Por contraste, ¿qué es la esperanza profunda, transformadora?

Si en las esperanzas de «sala de espera» todo depende de otro y la espera es pasiva; la verdadera esperanza, teologal y humana, es dialéctica. Quien espera sabe que lo que espera depende de otro, pero que este otro también ha de esperar de él. El caso humano claro es el muchacho que ha sido rechazado por «inútil» en el instituto, pero que en una entidad educativa llega a ser persona. Lo explica diciendo que los educadores confiaron en él y que, al ser él consciente de ello, él también confió en los educadores. En este sentido, la esperanza teologal es aquella que me motiva a crecer y transforma el mundo, porque soy consciente de que Dios confía en mí en este mundo, que él volvió bueno.

¿Los cristianos, en ocasiones, con la esperanza del cielo futuro, nos hemos desentendido del compromiso por mejorar el presente?

Cierto, cuando lo hemos convertido en una esperanza de «sala de espera». Aquellos cristianos a los que san Pablo dice que trabajen, no es que fuesen unos perezosos, es que pensaban que el Reino estaba al caer. Es lo que ha dado pie a que nos digan que la religión es el opio del pueblo. Pero es porque Jesús ha entrado en nuestro mundo y nuestra historia tan dañada y los ha vivido con sentido, que nosotros fundamentamos nuestra esperanza en él.

La esperanza evangélica

En el libro Devolver Jesús a los pobres dices que «la esperanza evangélica como posibilidad de creer en un proyecto más grande que el que de sí da el nuestro, solo es posible desde la experiencia que nos ofrecen los pobres, cuando sabemos verlos como señal del Reino».

¡Exacto! También es san Pablo quien dice que si nuestra fe solo sirve para este mundo, seremos los más desgraciados. Cuando movidos por la esperanza trabajamos para hacer avanzar este mundo según el plan de Dios, experimentamos aquellos momentos que querríamos eternos, como nos dice Joan Maragall. Es lo que nos enseña aquella adolescente que, en Nicaragua, trajinaba unos ladrillos para construir una casa. El sacerdote y teólogo Ernesto Cardenal, que estaba allí de visita, le preguntó: «¿Estás reconstruyendo esta casa?». Ella respondió: «No, ¡estoy reconstruyendo el país!».

La esperanza cristiana: ¿cómo se transmite, cómo se vive? Los cristianos, ¿somos personas de esperanza?

Una marca famosa de cosmética tenía como eslogan. «La alegría se contagia», esperando que los que la usaban, con su alegría, serían su mejor propaganda. Pues ya lo sabemos. Viviendo «la alegría del Evangelio» contagiaremos esperanza. Con cara de Cuaresma, como dice el papa Francisco, iremos aumentando la desesperanza.

¿Nos podemos acercar al mundo de la marginación sin esperanza?

Si entendemos la esperanza tal como he dicho, que es este puente entre la persona que espera y la persona en quien espera, entonces es evidente que, sin esperanza, no nos podemos acercar al caído y deshumanizado. No podemos esperar que el olmo dé peras, pero siempre podemos y debemos esperar, ya que en toda vida, por más rota, arrugada o maltratada que esté, hay una vida de verdad, que ha salido bien de fábrica. De esto, los que se dedican a echar una mano pueden dar una gran cantidad de testimonios.

¿Cómo ayudar a que los pobres mantengan la esperanza en sí mismos y en los demás cuando, muchas veces, su vida ha estado cargada de injusticias?

No es nada fácil, ciertamente. Pero aún es más difícil que un rico viva la auténtica esperanza, ya que esta se fundamenta en el otro, mientras que el rico solo confía en sí mismo. En cambio, el pobre, que alguien ha definido como el máximo necesitado, por eso mismo es también el máximo confiado. No se consigue con recetas ni métodos. Es necesario un acercamiento sencillo, tierno y cercano para desarmarlo de miedos, prejuicios y el desprecio que llega a sentir de sí mismo. Lo he visto en una gran cantidad de casos.

La esperanza como puente

¿La resurrección de Jesucristo es la manifestación de que en las situaciones más límites de la existencia siempre hay esperanza?

Si la esperanza es un puente, la esperanza «sala de espera» solo tiene un punto de apoyo en el otro, mientras que la del transhumanismo actual solo lo tiene en el hombre. Como sabemos, con un solo punto de apoyo, un puente no se sostiene. La resurrección es el fundamento de la esperanza total. Dios, asumiendo la vida humana, nos muestra todo lo que el hombre puede ser y esperar, y resucitándolo nos muestra lo que podemos ser y en quien esperar.

¿Creer en la resurrección es un salto al vacío?

Creer en la resurrección ni es un salto al vacío ni es una evidencia; es un acto de confianza, y esta es la dimensión que pone en juego todas las capacidades humanas: la inteligencia, la libertad, los sentimientos y la voluntad. En este caso, fundamentado en la vida, la Palabra y la obra de Jesús. El salto en el vacío es renunciar a todo esto, y la evidencia se nos impone.

¿Cómo podemos tener esperanza en medio de la actual crisis social, económica y climática?

Desgraciadamente hoy día ponemos nuestras esperanzas en tantas cosas que nos dejan frustrados: el dinero, el progreso, la tecnología, la ciencia, el placer… Los cristianos deberíamos saber vivir y ofrecer la esperanza fundamentada en Jesús y su Reino que, como decía Pablo VI, es el único proyecto que responde a las esperanzas de todo el hombre y de todos los hombres: sentido de vida, dignidad, relaciones gratificantes y creadoras, sentido de la trascendencia, sintonía con la naturaleza…

Entrevista a Oriol Xirinachs