Juan Carlos Trallero: Perder el miedo a la muerte

Durante más de quince años el Dr. Juan Carlos Trallero se ha dedicado a las curas paliativas y al acompañamiento de las personas que se encuentran al final de su vida.

Lo hace atendiendo y acompañando a los enfermos y a sus familias, lo hace presidiendo la Fundación Paliaclínic en colaboración con diversas instituciones sanitarias, lo hace ofreciendo formación al personal sanitario. Y lo hace sobre todo difundiendo que la muerte forma parte de la existencia y que aceptarla mejora extraordinariamente la calidad de vida de los enfermos y el proceso de duelo de los familiares.

¿Por qué nos da tanto miedo la muerte?

Nos da miedo por muchas razones. Hay un miedo ancestral, evidentemente, pero le hemos ido añadiendo otros miedos hasta convertirla en un tabú. Es una cuestión sobre la que ni se habla ni se piensa. No queremos saber nada de ella y a menudo la negamos cuando se acerca a nosotros o a nuestro entorno. Esta negación nos impide vivir a fondo la vida que nos queda por delante.
Lo que nos imaginamos suele ser amenazador y mucho peor de lo que ocurrirá. Si hablas de ello, aunque sea tan solo para expresar que te asusta, abres la posibilidad de que surjan otras capacidades que te permiten vivir la muerte de forma muy diferente. Se nota mucho cuando entras en una familia en la que la muerte se vive con naturalidad o cuando entras en una familia sometida totalmente a este miedo general. Son dos procesos que no tienen nada que ver. Reconducir uno hacia el otro es una tarea difícil, pero que, si se puede hacer, no tiene precio.

Usted dice que el proceso de morir es un espacio en el que se manifiesta el amor y en el que puede manifestarse también el misterio.

Se manifiesta el amor porque es lo más importante en aquel momento. Morir –me refiero a todo el proceso, no al último día o la última semana– tiene una ventaja: todo lo que es superficial cae y queda lo más esencial: amar y que te amen. En el momento en el que una persona se acerca al final de la vida, expresar el amor alcanza una intensidad y una trascendencia innegables. Por otra parte el misterio, lo que no entendemos, lo que nos supera, lo que tiene relación con lo trascendente, te lleva a plantearte preguntas que te pueden transformar.

La muerte requiere un proceso sanador

A veces hablamos de la enfermedad en términos bélicos, como ahora, en plena pandemia.

El lenguaje beligerante en relación a la muerte y a la enfermedad es la expresión de esta negación que decíamos. Yo lucho contra lo que no acepto. No acepto que soy mortal, que mi padre, mi madre o mi pareja puedan morir o padecer una enfermedad grave. Cuando llega una situación difícil hacemos lo posible para alargar la vida, y mientras luchamos no reflexionamos ni dejamos espacio para otras cosas. Este camino, desde los profesionales, puede llevar al encarnizamiento terapéutico; desde los enfermos, pierdes la oportunidad de dar un salto cualitativo transformador, bueno tanto para el paciente como para quienes se quedan. No quiero decir con eso que haya que abandonar a la primera, sino que cuando las cosas empiezan a perder proporcionalidad y razonabilidad, hay que aceptar la realidad.

Cuando leí el libro Sendino se muere, de Pablo d’Ors, me di cuenta de que nos cuesta mucho perder la autonomía…

El libro lo cuenta muy bien. La doctora África Sendino, que toda la vida ha cuidado a los demás, debe aceptar que ahora es ella quien necesita ser cuidada. Dejarte cuidar se convierte en un acto de amor, porque das al otro la oportunidad de manifestar su amor. Nuestra sociedad venera la autonomía, el individualismo, la independencia. La pérdida de autonomía se vive muy mal. No querer convertirse en una carga no deja de ser un componente amoroso mal entendido. Todos somos vulnerables: hoy te cuido yo y mañana otro me cuidará a mí. Y eso nos iguala y es bonito.

Ayudar a vivir el proceso de la muerte

¿Qué cosas ayudan a vivir mejor este proceso hacia la muerte?

La comunicación es fundamental siempre y cuando se apoye en la verdad que el enfermo quiere y está en condiciones de asumir. No podemos simular que no pasa nada. Cuando irrumpe la posibilidad de muerte, toda la comunicación se adultera y el enfermo puede quedar aislado. Debe poder comunicarse con su entorno, con su familia, con los amigos, con los profesionales de una forma normalizada. Comunicación es palabra, gestos, abrazos, presencia, silencios… pero siempre con la verdad por delante.

Cuando puede hablar con naturalidad, el enfermo se siente libre y acompañado, porque si está solo, sufrirá mucho más. Si su entorno puede manifestar todo este amor, toda esta ternura y esta generosidad le ayudarán enormemente. Si ponemos el foco importante en sobrevivir a cualquier precio, estamos desenfocados. Cuando lo ponemos sobre las relaciones humanas, todo cambia.

La atención de los profesionales es también muy importante. Que quienes te atiendan sepan lo que hacen. Que tengan formación en el acompañamiento de procesos de final de vida, no solamente tratando un dolor o un síntoma muy perturbador, sino acompañando al enfermo y a su familia en estos procesos de diálogo, de toma de decisiones, sin asustarse y sin tirar pelotas fuera.

¿La muerte nos pilla desprevenidos?

En la medida en que la persona haya hecho a lo largo de su vida un proceso de maduración, de profundización, de dar sentido a lo que le está pasando, el proceso irá mejor. Cuando esto no es posible, es más complicado. Si nunca has pensado en ello, no es sencillo, en un momento en el que se te viene encima todo, comenzar a reflexionar profundamente en el sentido de tu vida, porque estás demasiado impactado.

Pensar con tiempo y hablar con los familiares más próximos de cómo nos gustaría vivir el tramo final de la vida, pone encima de la mesa que somos mortales, favorece la comunicación con la familia, y, si se producen pérdidas cognitivas importantes, permite a los familiares escoger los caminos que el enfermo, en plena lucidez, consideró los más adecuados. Los documentos de voluntades anticipadas son un buen instrumento, aunque se hagan con mucha anticipación.

Va bien revisar la vida

Cuando llega esta fase en la que la persona está muy enferma, va bien revisar la propia vida. Acompañada, porque eso se hace hablando. Pasa por el recuerdo, no por el análisis. Recordar es revivir lo que te ha ido bien, lo que te ha hecho sentir orgulloso. Los demás te ayudan a recordar, porque tal vez tú tienes una visión muy crítica en aquel momento… Recuerdas todo lo que dejas atrás, valoras lo que tienes ahora, valoras a las personas a las que amas. Intentas dar un sentido al tiempo que queda, para que no sea un tiempo inútil. ¿Qué quieres hacer? ¿Qué te ilusiona que pase en estas semanas o meses que te quedan de vida? Todo ello ayuda a la persona a situarse y es un trabajo que se hace en base a la comunicación amorosa y compasiva, tanto con los familiares como con los profesionales que te ayudan.

Puedo desprenderme de lo que comienzo a ver que ya no necesito. Mientras las personas están aferradas a seguir siendo lo que han sido y a seguir haciendo lo que han hecho, no se puede producir este desprendimiento. Para alcanzarlo va bien verbalizarlo en relación a tu pasado, a tus roles, a lo que has conseguido y a tus anhelos. ¿Cómo puedes desprenderte de una culpa? Hablando. ¿Cómo puedes desprenderte de un sentimiento?

Hablando. No es un recordar para aferrarte, es un recordar que contribuya a darte una visión global de lo que has sido y de lo que te queda por ser.

Abordar de manera sana el miedo a la muerte

¿El tema religioso juega algún papel?

Debería jugarlo. Una de mis mayores sorpresas cuando me introduje en el mundo de los paliativos fue comprobar que la espiritualidad estaba muy poco presente en los procesos del final de vida de las personas. Porque si la espiritualidad no está presente ahora, ¿cuándo deberá estarlo? El paradigma de ello es cuando un enfermo, en una familia cristiana, no recibe la unción hasta que no está inconsciente, para que no se dé cuenta de que se está muriendo. En realidad, tus creencias y tu espiritualidad deben ayudarte a hacer este proceso y este salto cualitativo. Una fe profunda aporta serenidad, confianza y abandono en lo que pueda venir después, sin miedo. Pero no es muy frecuente. La vida, con sus dificultades, nos lleva a contrastar si nuestras creencias son reales o no.

Para finalizar, ¿esto nos ayuda a vivir mejor el duelo?

El duelo es el proceso de reparación de una pérdida. Es un proceso necesario y normal. Cuanto más intensa es la pérdida, más intenso y más fuerte y más largo probablemente será el duelo. Ante una muerte súbita, el duelo es difícil. Pero en las situaciones restantes, es importantísimo el duelo anticipado, que comienza en el momento del diagnóstico, aceptando que tu padre tiene una enfermedad y que ya no podrá ser el de antes, que necesitará que le ayuden, que ya no puede levantarse de la cama, que ya no es la figura protectora que toma las decisiones, sino que deberás tomarlas tú. Son duelos que vas elaborando y, cuando llega el momento de la muerte, resulta que ya has hecho una parte del trabajo. No significa que no te provoque dolor, tristeza y angustia, pero lo estás aceptando y por lo tanto es reparador.

Cuando en lugar de aceptación hay negación, la adaptación se complica enormemente y se genera una gran cantidad de infelicidad y de problemas de salud que no son más que traducciones de duelos no elaborados. Que una persona esté de duelo no significa que esté enferma, ni que necesite médicos, psicólogos o fármacos. Necesita hacer un proceso en el que el acompañamiento será importante.

Abordar de manera sana el miedo a la muerte nos hará mucho bien.

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