
(Fernando Rivas Rebaque)
Se podría resumir el papel de las mujeres dentro del cristianismo primitivo en tres momentos: 1) protagonismo inicial (finales del siglo I), 2) progresiva domesticación (siglos II y mediados del III), y 3) paulatina exclusión y marginación (finales del siglo III en adelante).
1. Las mujeres participaron muy activamente en la vida del cristianismo inicial en sus diferentes dimensiones: liderazgo comunitario, protagonismo evangelizador, participación litúrgica, atención a los necesitados y otras muchas funciones, posibilitadas en gran medida por el hecho de que todo girase en torno a la casa –donde la mujer tenía un reconocido protagonismo–, la configuración del cristianismo como movimiento sectario (en el sentido sociológico del término: todos los miembros son iguales) y la importancia de atraer a aquellos sectores sociales más marginados socialmente. Figuras como María Magdalena podrían representar el modelo ideal a seguir.
2. Este protagonismo inicial, que tuvo su origen en la actitud de Jesús, chocaba frontalmente contra la sociedad patriarcal dominante, y muy pronto las mujeres fueron «invitadas» a recluirse en el ámbito doméstico y dejar para los varones las funciones sociales que les eran socialmente atribuidas: con la pata quebrada y en casa, como dice el refrán.
Este período de domesticación (en el doble sentido del término: reclusión en la casa, domus, y eliminación de los aspectos más contraculturales) supuso su exclusión del liderazgo comunitario (a partir de ahora only for men) y la reducción de sus funciones evangelizadora y litúrgica a la casa y las mujeres, mientras se mantenían y ampliaban las relacionadas con la ética del cuidado y, una novedad, la vida ascética y su testimonio martirial, donde la mujer cristiana mostraba el rostro amable de la Iglesia: sin duda una buena propaganda. Perpetua y Felicidad se transforman en ejemplos de mujer cristiana.
3. Las grandes crisis del siglo III posibilitaron el crecimiento de la Iglesia, pero uno de los peajes a pagar fue la progresiva marginación de la mujer a los espacios domésticos: desaparecido el liderazgo comunitario y evangelizador, en vías de extinción el litúrgico, las mujeres mostraban su protagonismo en el campo ascético, el cuidado de la familia y, si eran ricas o poderosas, la donación de bienes y favores, en todos los casos bajo la tutela o control de un varón (si era eclesiástico, mejor). Mujeres como Melania la Anciana y la Joven, Olimpia, Paula o Marcela son algunas de sus representantes más preclaras.
Y a partir de aquí, repetición de las jugadas menos interesantes, uniéndose la exclusión a la marginación anterior, desterradas ya de ese breve y efímero protagonismo inicial, sin el final feliz de muchas películas (si podéis ver Roma, altamente aconsejable).